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El Legado

A base de disciplina, deber y pasión, el matrimonio Pesquera-Barbé erigió una empresa que evocó el prestigio y la historia de la ebanistería y las artes decorativas a través de la creación de cientos de piezas selectas elaboradas en la sede de Popotla. También cultivó con sus exquisitos platillos y finos ritos de mesa la haute cuisine francesa y la diplomacia, ambas permeadas de una sensibilidad extraordinaria, destacando que ambas, de manera conjunta, habían sido poco vistas antes en México.
Suzanne y Salvador fueron ellos ejemplo del savoir-faire y savoir-vivre que por siglos han mantenido a la cultura francesa en la cima del mundo. Con su natural excelencia, fineza y generosidad, forjaron entrañables relaciones con clientes y amigos, tanto en Francia como en México, a veces incluso acompañadas de un buen vino salido de su bodega, luego de haber sido producido por él mismo, en su domicilio. No había conversación en la que no destacaran las cultas y respetuosas maneras del matrimonio. Ella era una amabilísima, carismática y elegante mujer, como la describiera su contadora Vírgen Zaldívar, y él con toda una cuidada actitud que hacían imaginar que se trataba de “un diplomático francés”, como lo calificó Carlos Álvarez Balbás, el contador de la empresa por más de tres décadas.

Y como los cientos de piezas ideadas, diseñadas y creadas en el taller de Salvador, o los tratos cerrados con los que se sellaron acuerdos investidos de calidez y confianza, en Muebles de Marquetería se cultivó también la enseñanza y el aprendizaje de decenas de empleados, quienes se beneficiaron del amable trato y calidad humana del matrimonio, al igual que de su don de gentes y compromiso, aunado al profundo conocimiento de cada uno en sus respectivas artes. Fue así que al interior de su inmueble afrancesado que recogió entrañables vivencias ocurridas en más de cincuenta años, muchos aprendices de los oficios de la ebanistería y las artes decorativas, así como de sus secretos, se convirtieron en prestigiosos maestros, siempre cobijados por la paciencia del matrimonio, que no por ello fue menos estricto.

Ya fueran los que clasificaban, cortaban o tallaban la madera; las tapiceras con su quisquilloso manejo de las telas, tapices y bordados; los que cortaban, limaban y fundían la herrería; las secretarías que tras los espectaculares escritorios elaborados por Salvador y su personal colaboraban en la gestión de los recursos bajo las órdenes de Suzanne, o el personal de cocina que seguía al pie de la letra las instrucciones de cada receta o banquete perfectamente detallado por madame Barbé, todos se llevaron grandes lecciones y mejor aún ejemplos de cómo trabajar incansablemente, con amor y pasión, por el bien común; cómo hacer bien las cosas, ser eficaz y responsable, además de amar profundamente lo que se hace, fueron algunas de las lecciones diarias en Muebles de Marquetería.

En muebles como esta mesa baja lateral con chapa, de estilo transición, Salvador aprovechó las cualidades de la madera, en este caso la caoba y el nogal, para producir sobresalientes ejemplares.
La marquetería requería de un meticuloso y milimétrico trabajo artístico, consistía, básicamente, en chapar o embutir piezas de madera en una estructura para formar patrones decorativos o diseños (imagen izquierda). Prueba de ello es esta mesa baja, de estilo Luis XV, de época, con una evidente calidad insuperable (imagen central). A la izquierda, una vista de la cubierta de una elegante mesa alemana laqueada y esgrafiada en hueso.
Las piezas adicionales que cada creación artística exhibía, eran creación exclusiva de Muebles de Marquetería, por lo que resultaban ser únicas y agregaban valor a la pieza que las poseía. En esta imagen, una cómoda Luis XV con Vernis Martin verde, así como cubierta de mármol verde Tikal.
La profunda solidaridad que Salvador demostró en incontables ocasiones, le alcanzó también para tejer importantes lazos de colaboración. Ello lo refleja esta pieza, cuya decoración pictórica corrió a cargo de la afamada pintora Remedios Varo.

Suzanne, infatigable, dio lo mejor de sí de muchas formas ante los empleados, administrando de forma magistral y disciplinada la empresa familiar. De hecho, absolutamente nada en este renglón quedaba lejos de su injerencia, mucho menos de su gestión o registro. Y es que ella anotaba todo capital que entrara o saliera de las arcas de Muebles de Marquetería o de los gastos familiares en general. Desde una propina al recolector de la basura o al del supermercado, el pago a un taxista; los kilos de verdura o los manojos de hierbas y especias, o las carnes más refinadas que adquiría en los mercados de San Juan o Sonora, donde también solía platicar cordialmente con sus proveedores, hasta las cenas sabatinas en Polanco, después de ir al cine en familia, todo, absolutamente todo, quedaba anotado en los registros de ingresos y egresos de madame Suzanne. Si alguno de los contadores necesitaba un dato contable, ella sabía solucionarlo.

Aún aquellas cuestiones que requerían una operatividad y gestión mayores, madame Suzanne sabía manejarlo. Con su gran habilidad para manejar una parte fundamental de Muebles de Marquetería, no sólo desde el escritorio al administrar con tal sapiencia los recursos de la empresa, incluyendo el capital humano, sino también preparando los deliciosos platillos con los que agasajaba a su familia o a sus clientes y amigos, madame Suzanne fue una gran compañera y además un ejemplo para todos y cada uno dentro y fuera del inmueble de Mar Mediterráneo 146. Desde Yolanda López, su secretaria por más de treinta años; Vírgen Zardívar, la contadora que mes a mes llegaba a la oficina de Popotla para hacerse cargo de los temas contables; Rosa Villagrán, su brazo derecho en la cocina, entre muchos más, cada persona que convivió de cerca con Suzanne, guardará sin duda recuerdos entrañables de su maravillosa personalidad y su gran legado.

Otra parte de dicho legado quedó igualmente en manos de aquellas personas que recibieron una de las más de trescientas tarjetas que la elegante Suzanne, a nombre de Muebles de Marquetería o de su familia, enviaba cada año a sus domicilios. Y con esa misma calidad y disciplina que siempre la caracterizó, las elaboraba. Cada tarjeta llevaba plasmado un sello único, investido de su talento artístico para escribir, con una bella y detallada caligrafía, sus cariñosos mensajes. Si bien eran tiempos en los que esta costumbre tenía un uso muy extendido –se producían en serie, por millones, conmemorando toda clase de eventos públicos y privados–, las tarjetas de madame Suzanne eran únicas y afianzaban también la prestigiosa cultura del sello Pesquera-Barbé. Con ellos, simplemente, cada detalle irradiaba su grandeza.

Al final de sus estudios en la escuela del Museo del Louvre, Salvador tuvo un destacado examen final, en el que presentó un espectacular biombo en coromandel con una escena naútica de grandes dimensiones. A los ojos de sus maestros y asistentes, era a todas luces un extraordinario trabajo que para muchos reafirmó su talento.
Otra pieza destacada elaborada por Salvador que exhibirá la fundación, es esta mesa de centro de madera de caoba con marquetería en la cubierta de palo de rosa y palisandro.

Esa misma disciplina para la gestión o el detalle en el ámbito de los negocios y en lo familiar con la que trabajaron a diario y de paso engrandecieron su legado, les concedió también momentos trascendentales; por ejemplo, al cumplir sus obligaciones fiscales y de seguridad social ante sus empleados al pie de la letra durante todos los años que se mantuvieron como una gran empresa, alcanzaron momentos cúspide para la historia social mexicana. Y es que este hacer responsable y estricto los puso en algún momento frente a una situación coyuntural cuando pensionaron al primer trabajador de la República Mexicana, a través del Instituto Mexicano del Seguro Social. Así, el señor Ramírez, velador de la casa-taller, se logró tener un retiro digno después de trabajar en Muebles de Marquetería durante varios años.

Esta misma gestión de excelencia encabezada por Suzanne Barbé logró que Muebles de Marquetería fuera por sesenta años la mejor microempresa afiliada a la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (CANACINTRA), lo que fue parte de esa proyección internacional que siempre tuvo su importante legado, pues no eran solamente los cánones artísticos de la legendaria ebanistería francesa o de la haute cuisine lo que habría que procurar, sino también su adaptabilidad y arraigo a los nuevos tiempos.

Salvador, por su parte, aportó también lo propio a manos llenas. Pese a los múltiples padecimientos que sufrió, no dejó de trabajar con un profundo sentido de la responsabilidad y del deber, cualidades que también puso por delante cuando enseñó a los maestros Olveda y Villar, entre muchos más, lo mejor de su repertorio; además de algún consejo que pudiera perfeccionar el desempeño de los suyos en la ebanistería y las artes decorativas.

Con ellos quizá también conversó sobre cómo ideó el aparato con el cual doraban, o aquel con el que trabajaban la marquetería, mostrando incluso los dibujos de los mismos, pues nada se hacía sin una estricta planeación que comenzaba con sus detallados bocetos. Cada herramienta, cada tinta que muchas veces contaban con una notable diversidad de tonos, fue meticulosamente transmitida a los mejores discípulos. De igual forma cultivó las formas de conducirse al compañero o compañera y aplicó un reglamento que debía cumplirse cabalmente, al igual que los ritos laborales.

Para estas mesas de nido estilo Luis XVI, Salvador utilizó caoba, nogal y palo de rosa. Este estilo se caracteriza por presentar muebles más austeros, sobrios, estilizados y elegantes.
Para degustar algún vino, o incluso un aperitivo o digestivo, durante los eventos especiales, Salvador creo ejemplares como esta licorera chapeada que emulaba el estilo de época denominado Luis XVI. En las imágenes, dicha pieza cerrada y abierta.

El sábado, por ejemplo, terminaban al despuntar la noche, después de barrer todo el taller, limpiar las máquinas, las herramientas, y no se veían hasta el lunes; si acaso hubiera sobrecarga de trabajo y era indispensable trabajar en domingo, sabía compensarlo, como también lo hacía con el salario habitual, concedido semana tras semana, e incluso incentivándolos con los miércoles de préstamo. Los trataba muy bien. Los alentaba a ser mejores.

Si bien era un hombre serio, característica que se magnificaba con su muy fornida presencia, nunca dejó de ser afable ni de preocuparse por el bienestar de sus empleados, como lo reflejan las prácticas anteriores. También estuvo siempre al pendiente de su familia; aun con las largas jornadas laborales, siempre tuvo tiempo de compartir su tiempo y su calidad; de viajar y volver ocasionalmente a su querida Francia.

Para sus empleados, trabajó y aleccionó de forma inmejorable hasta el final de sus días; para su familia procuró dar, a su manera, su cariño y sapiencia. Para sus amigos y clientes, siempre sobresalió como un hombre de una amplia cultura general, como un gran conversador de todo tipo de ciencias, desde matemáticas, física o química, hasta por supuesto el arte o la historia. Siempre estuvo informado, compartiendo su elegante personalidad en los círculos franceses, en la misa dominical, en las fiestas y reuniones familiares.

Para todos, fue un trabajador incansable durante prácticamente toda su vida; desde que siendo niño llegó a acomodar madera para el invierno del norte francés que llegaba a alcanzar más de treinta grados bajo cero, ganando un sueldo proporcional a su edad y labor, hasta la época en la que puso los techos de su antigua vivienda en su natal pueblo siendo ya un octagenario.

Tanto Salvador como Suzanne siempre añoraron Francia y la evocaron cada día de su vida; desde el trabajo, el sacrificio durante sus días de juventud, así como el tesón con el que superaron las más duras adversidades en el entorno de la guerra, parecían impulsarlos cada que crecían las adversidades; o cuando alegres conversaban en su lengua originaria frente a sus amigos o algún cliente. Sin embargo, fueron siempre agradecidos con la nación mexicana, a la que por supuesto amaron.

Este gueridón estilo Luis XV, elaborado con madera de caoba, usó bronces fabricados directamente en el taller de Mar Mediterráneo,
bajo la tenaz dirección de Salvador.
Algunos muebles elaborados con elegantes maderas requerían de un trabajo de tapicería igualmente exquisito, como lo refleja este sillón estilo Luis XV (imagen izquierda). Esta silla inglesa roja, de estilo chippendale, exhibe cuatro figuras de alto relieve con coromandel dorado, trabajadas con gran precisión y delicadeza. Asimismo, es también un ejemplar que expone un acercamiento a la cultura japonesa desde el arte de la ebanistería francesa (imagen derecha).

En Francia y en México fueron grandes anfitriones, con un savoir faire francés fuera de serie, aunque, como es natural, su vitalidad fue diluyéndose paulatinamente. Así, al entrar el siglo XXI, ya mayores de ochenta años, decidieron bajar un poco el ritmo de trabajo y volver a viajar como turistas, ya fuera con su nieto Michel, como parte de alguna excursión o disfrutando de la vida en pareja.
Entonces recorrieron museos, palacios y castillos europeos que ahora contemplaban de otra manera, lejos de aquellos días en los que sobre todo Suzanne trabajó dentro de uno. En suma, veían el mundo con otros ojos y compartían con viejos amigos. En uno de esos viajes, incluso, regresaron a comer con madame Josiane Jost en París, así como con madame Christiane Javely, y también a saludar a la familia Tonnot en su pueblo de Mailley.

Aquí, en México, ellos desarrollaron toda una forma y visión de ver la vida. Eran más que el matrimonio Pesquera Barbé, pues como empresa, con Muebles de Marquetería, o como personas, cada uno, desde su individualidad, fueron una suerte de instituciones. Fueron grandes almas que dejaron una huella imborrables.

Suzanne y Salvador trabajaron con gran estoicismo, de la misma forma que enfrentaron la vida. No conocían otra manera, más que luchar y entregarse, con gran honestidad y sacrificios. Aquilatando la vida y disfrutando o sopesando los momentos gratos o complicados. Así se acompañaron, trabajando juntos hasta que la muerte los separó momentáneamente.

El 28 de septiembre de 2011, a la una de la mañana, Salvador Pesquera Amaudrut falleció a los 92 años en el más absoluto de los sigilos. Tres años después, el 15 de octubre de 2014, madame Suzanne partió a su descanso eterno a las 8:15 horas, a los 93 años de edad. Lo hizo sin ninguna queja, serena y digna, como había sido durante toda su vida.

Quedan hoy miles de muebles, objetos y registros de la haute cuisine que son el orgullo de quienes pueden contar su historia ante la admiración de quienes los observan, y que en suma constituyen el gran legado artístico, cultural y social del matrimonio Pesquera Barbé que, sin duda, perdurará para siempre.

Los más finos materiales fueron la base de cientos de muebles, creados por Salvador, que adornaron los hogares de decenas de prestigiosos clientes en México, EUA, Francia y otras naciones. Prueba de ello son esta vitrina alto bombé, de época y diseñada bajo el espectacular estilo Luis XV y con detalles de marquetería de diversas maderas (imagen izquierda). Las habitaciones de los hogares eran también lugares en los que Salvador colocaba vistosos muebles, como este espeigado armario de estilo Luis XV, elaborado con nogal y tapizado con fina tela de origen francés (imagen derecha).

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