Los recuerdos son parte inalienable de esa memoria que nos constituye. Muchos de los que acumulamos en casa son, básicamente, sólidos fragmentos de nuestra existencia. Nos forjan. Nos dan identidad. Nos abrazan y resguardan. Además, nos ayudan a perpetuar y celebrar la vida de nuestros seres queridos, como en el caso de los respetados y admirados Salvador Lázaro Pesquera Amaudrut y Suzanne Marcelle Barbé Lemenorel, quienes marcaron profundamente a los que departieron con ellos y también trascendieron en la patria mexicana, que los recibió con las puertas abiertas, de par en par, a mediados del siglo pasado.
Por esto y más, este libro está dedicado a sus apasionantes vidas, desde los primeros días en que estuvieron en México, adonde llegaron procedentes de Francia y donde residieron hasta su último aliento, ya entrado el siglo XXI. Él, que trabajó 87 años y 78 los dedicó a la ebanistería de arte, no escatimó en entrega y profundo afecto por lo suyo: cada pieza, cada objeto, cada mueble, lleva parte de su alma y esencia, de su corazón, y mucho podrá apreciarse en las páginas de este volumen. En cuanto a ella, su gran compañera e infatigable creadora, hizo lo propio en su refinado arte culinario de hondas raíces francesas.
Y quizá ninguno se propuso acumular grandes sumas económicas o rebosar en inagotable riqueza material, sino consagrarse en lo que de verdad amaban hacer. Y lo hicieron con sencillez, humildad y respeto por el otro, pero también con el esfuerzo y tesón de quienes quieren ser los mejores. Habían adquirido en Europa sus avezados conocimientos, pero en su nueva nación pusieron manos a la obra para edificar los cimientos de esas entrañables empresas desde donde deleitaron con la calidad de su arte a propios y extraños.
También forjaron sólidas y afectuosas relaciones con sus clientes, proveedores de bienes y servicios, colaboradores, amigos y vecinos, sobre todo a partir del momento en el que se instalaron en su casa y taller en el antiguo pueblo de Popotla, en la década de 1950; específicamente en el predio de Mar Mediterráneo 146. Esta zona, de añeja data y que, por su colindancia con Tacuba, recibió desde el siglo XIX el empuje de la expansión urbana, sería el lugar de su morada, una bella construcción afrancesada, de buen tamaño, comprada con grandes esfuerzos.