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Los diseños

La casa

La casa que habitaron Salvador Pesquera Amaudrut y Suzanne Barbé Lemenorel es un arca del tesoro. La historia que allí tuvo lugar es tan extraordinaria como fascinante. Así lo demuestran cada uno de los espacios, muebles Y objetos que atestiguaron todo aquello. La fachada de este inmueble evoca un estilo manierista afrancesado pues se trata de una construcción de un solo cuerpo cuya portada recubierta de cantera retoma de una forma moderna, el llamado formato de libro abierto en el que se ubica un pórtico central con arco de medio punto coronado con una gran marquesina y en cada uno de sus lados, un cuerpo oblicuo de ventanas salientes.

Una vez dentro del lugar, es posible percibir a simple vista las múltiples resonancias que emiten cada una de las riquezas allí resguardadas. Una silla tallada, un tapiz selecto, una superficie de marquetería exquisita, refinadas aplicaciones de latón, cubiertas de mármol sobre muebles que son joyas históricas. Memoria y devoción, talento y sabiduría, orden y precisión, prestigio y perseverancia, arte y oficio. Cánones estilísticos, creaciones propias, restauraciones, copias certificadas, encargos internacionales y sillas presidenciales. Placeres sibaritas, coleccionismo sofisticado, éxito profesional, diseño riguroso, orden administrativo.

La enciclopedia contenida en esta construcción ubicada en la Calle Mar Mediterráneo de la Colonia Popotla se forjó en la compleja coyuntura histórica y geográfica que representa la primera mitad del siglo XX en Francia y alcanzó su culminación en la segunda mitad en la ciudad de México. Esta colección de objetos aparentemente inertes se encuentra repartida en tres espacios del inmueble, como si fueran tres tomos distintos en secuencia: una casa, un taller y una cocina. Cada uno de ellos revela una verdad propia pero interrelacionada. Casa, taller, cocina. Empresa y familia. México y Francia.

El taller

El taller de Muebles Pesquera es una extensión de la casa principal y se compone de una nave de dos niveles compuesta por una serie de galerías sencillas que revelan el crecimiento progresivo del desarrollo de la empresa. Esta es la parte más nítida de todo el conjunto porque está marcada por el orden y la función. Es, por decirlo así, una máquina que revela su funcionamiento y su manera de pensar. Hay un lugar para cada cosa y para cada función. Los cajones están marcados con el nombre del objeto que contienen. Es sorprendente saber que muchos de esos objetos tanto utilitarios como decorativos fueron diseñados y fabricados en esos talleres que son en sí mismos verdaderos gabinetes de curiosidades. Es conmovedor admirar las molduras, las chapas, los emblemas, los clavos, las chapas de maderas especiales, y muy especialmente, las delicadas piezas recortadas de marquetería porque parecen personajes listos para entrar a escena pero que el tiempo detuvo su debut. El taller es también un tiempo suspendido que gravita.

Acaso los pliegos de papel sobre los que fueron dibujados los esquemas, bocetos, planos de muebles y proyectos arquitectónicos guardan una condición especial en ese contexto de nostalgia. Esos dibujos pertenecen a un momento particular porque preceden a la existencia de las cosas y de los espacios. No son metáforas de la realidad porque su tiempo verbal es el de la antelación y de la preexistencia. No están en lugar de las cosas sino en un sitio antes que las cosas.

Cada plano fue doblado con esmero para poder ser archivado y ocupar menos espacio. Así que, al sacar cada folder perfectamente rotulado y al desplegar aquellos papeles amarillentos sobre la mesa de trabajo se actualiza una especie de sinfonía gráfica compuesta por todos los signos que describen ese “eterno tiempo previo”. El archivero con los planos y bocetos está minuciosamente ordenado por fechas de realización y los nombres de los propietarios. Aunque el acervo comprende varías décadas cada vez que se abre un plano también es posible conocer las intenciones, los deseos y los anhelos de tantos clientes, usuarios y amigos que, a lo largo de los años, solicitaron un proyecto profesional en Muebles Pesquera.

Es igualmente importante resaltar que entre estos planos también se incluyen piezas de papel de gran formato con dibujos de motivos principalmente orgánicos y vegetales que solamente pueden observarse cuando son desplegados directamente sobre el suelo.

Quien puede leer un plano de este archivo podrá coincidir en que éste es un dechado de virtudes. Asimismo, se pueden observar sobre ellos improvisados bocetos trazados sobre la marcha, notas correctivas y aclaratorias, medidas a escala, escuetos mensajes, números telefónicos y notas de la tintorería, entre otros muchos detalles. Una verdadera joya para la mirada curiosa y también para el ojo educado.

Todos provienen de una mano firme capaz de dirigir con maestría unos trazos suaves y certeros; y otros, firmes y ambiguos. Es posible imaginar que alguna vez esos talleres estuvieron también poblados por una camaradería importante de oficiales y aprendices como solían ser los talleres gremiales europeos. Modernidad y tradición.

La cocina

En el sótano de los talleres aún se encuentra una cava en la que se producía un vino propio, aguardientes, licores y algunas variedades de quesos. Se sabe que Suzanne Barbé aprendió la exquisitez de la alta cocina francesa y que fue capaz de reproducirla en México. Allí toda la familia pudo deleitarse con viandas exquisitas. La cocina es un placer y los placeres se esfuman pronto porque su secreto es momentáneo.

Este espacio está fuertemente desdibujado pues ahora convive con archivos muertos, maletas de viaje con historias inverosímiles, viejas facturas caducadas, tanques, botes, cajas, frascos y capelos. Este es el espacio en el que resuena más la ausencia y hace falta imaginarlo todo. Los colores, las luces, los olores, los sabores. El tintineo de las copas, las conversaciones, las tertulias, las risas de los niños.

Es bueno visitar este sitio como el último del recorrido porque funciona como una película de cine silente. Allí están las imágenes, a veces sobreexpuestas, porque han perdido su brillo y su color. No hay música de fondo, no hay marcas, nombres ni señales. Todo lo que uno ha visto en este pequeño viaje de más de cincuenta años gira dentro de un remolino dentro de la cabeza. Un espacio de inconsciente donde reinan en disputa la memoria y el olvido. El único lazo que fija al visitante a la tierra es la voz en off del último de los habitantes del palacete. Un hombre entrado en años que un día fue uno de los dos niños que corrían por el jardín. Un hombre entrado en años que mantiene vivo el fuego alrededor del cual se cuenta esta historia. Un hombre entrado en años que ha hecho todo para que su recuerdo se albergue en la memoria de los demás.

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