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La ebanistería

Suzanne y Salvador siempre fueron distinguidos por sus familiares, clientes y amigos como grandes anfitriones, cualidad que mantuvieron por más de medio siglo, perfeccionando y madurardo como arte y política de negocios. Y al igual que su dedicada esposa con la haute cuisine, Salvador también se ocupó con gran pasión, días y noches durante décadas, a lo que amaba: las refinadas ebanistería y artes decorativas en su taller de Mar Mediterráneo.

Además, siempre complementó su trabajo con un estudio avezado y constante que periódicamente conseguía y analizaba de diversos materiales impresos, así como con el paulatino refinamiento de diversas técnicas que le eran conocidas y que al tiempo enriquecieron su práctica.
Lo mismo fabricaba sus propias herramientas cortando y modelando los metales y otros materiales con los que daría forma a los más recónditos detalles de su producción inmobiliaria o de los centenarios ejemplares que restauraba, que dibujaba con gran minuciosidad, conocimientos geométricos y talento artístico las plantas (bocetos) que servirían de base a sus creaciones, de los cuales llegó a desarrollar miles. Entre estos diseños destacarían los que por su calidad e innovación serían tasados en grandes sumas de dinero.

Con cada encomienda por cumplir, Salvador recapitulaba el origen de este arte, una historia que comienza por el gusto de los árboles exóticos, finos, que él mismo seleccionaba y traía de diversos confines del mundo (ciprés, encino, abeto, haya, nogal, roble, aliso y más), el desarrollo de la chapa que recubre cada armazón, los cortes de madera en tan diminutos pedazos que debían amasarse con martilleos sutiles. De igual forma, el manejo de las colosales máquinas, no pocas veces adecuadas a las necesidades de cada trabajo, eran manejadas con exactitud por él.

Cierto es que Salvador ya no llevaba su espada consigo, como aquellos maestros ebanistas y del arte en bronce del siglo XVII, pero seguía rememorando a prestigiosas figuras de la Ilustración como Charles Cressent o André-Charles Boulle (creador de la revolucionaria técnica de aplicación de metales, como cobre o estaño, sobre materiales orgánicos como el carey, madreperla o el marfil) con su trabajo diario. Ellos dieron prestigio a una ebanistería que apuntaba al lujo, al refinamiento, al confort, la comodidad y la funcionalidad.

La época de nuestro artista era muy diferente a la de los maestros ebanistas de la Ilustración, pero él seguía desarrollando técnicas clásicas de taracea, torneado o talla con las cuales encandilaba a sus clientes mexicanos e internacionales, quienes lo consideraban uno de los mejores ebanistas y restauradores de muebles antiguos de su tiempo.

La escalera imperial del Palacio de Invierno ruso, hoy sede del prestigioso museo del Hermitage, el cual llevó algunos ejemplares al taller en Avenue Kléber para su restauración a manos del talentoso Salvador. Era la década dae 1940 (imagen izquierda). Un aspecto medular que históricamente ha realzado el prestigio de la ebanistería de arte, es la selección y cuidado de maderas preciosas; como el ébano, adquiridas por lo general a muy altos costos y en diversas regiones del orbe (imagen derecha).

El membrete “Muebles de Marquetería S. A., expertos en muebles antiguos” reflejaba con exactitud que el prestigioso oficio al que Salvador dedicó su vida era la suma de varias especialidades. El talento al ejercer cada una de ellas lo convirtieron en un excelso creador de un tesoro inigualable conformado por cientos de piezas.

Salvador canalizó a la perfección que desempeñarse como maestro ebanista era ser el responsable y también garantizar las distintas etapas de fabricación: elección del modelo y la madera, aserrado y soldadura, realización del ensamblaje, el decorado y el montaje. Era, a fin de cuentas, un artista que mantenía la esencia de las tradiciones artesanales de los siglos XVI al XVIII. Un ébéniste extranjero en la Francia que era la cuna de la edad moderna de este arte.

Hay que recordar que en el Museo de Louvre parisino no sólo obtuvo su título como artista certificado a finales de la década de 1930, sino que colaboró con ellos hasta que decidió partir a México en 1948. Pero desde este tiempo su prestigio fue tal que su firma tuvo validez, cualidad que mantuvo intacta y creciente hasta el final de sus días. En este gigantesco museo, el más importante del mundo, que cuenta incluso con salas enteras dedicadas a la ebanistería de arte y a las artes decorativas, Salvador siguió siendo reconocido y solicitado por décadas.

Así, la marca de Salvador Pesquera llegó a ser reconocida internacionalmente y desde sus talleres y almacenes en México se producían y distribuían en Estados Unidos y otras partes del mundo. Se hicieron muchos trabajos para la embajada de Bélgica en México, así como para diversos políticos, diplomáticos y personalidades diversas en el extranjero, también se trabajaron piezas de época, como aquella hielera de Napoleón III que había de ser restaurada.

Salvador fue una persona extraordinaria, agradable, con aura particular, cualidades que desbordaba. Desde luego era considerado también un prestigioso artista cuyos trabajos alcanzaban el estatus de tesoro cultural. Era el responsable del “mejor taller” y no “había en este país otro […] ni nunca lo hubo”, como dijera Francis Javely (quien fuera también presidente de la Unión de los Franceses en el Extranjero).

¿Pero cómo era su proceso de trabajo de cara a la creación de cada mueble? Una vez pactado el trabajo, comenzaba una nueva historia, que era del propio mueble. Y es que cada uno de estos comenzaba con un plano y enseguida acumulaba cientos de bocetos o plantas, a veces miles, que de a poco refinaban su anatomía hasta alcanzar la perfección anhelada a través de un trabajo continuo que duraba meses y hasta años.

Desde la Edad Media, algunas culturas desarrollaron el arte del tallado de maderas, piedras preciosas y metales para el diseño de muebles utilizados generalmente por gobernantes y ricos (imagen izquierda). A partir del Renacimiento, los ebanistas de arte comenzaron poco a poco a ser personajes destacados en las casas reinantes, pues su trabajo contribuía al embellecimiento de los aposentos de los monarcas. Trabajaban, además, con torneros (centro, en un grabado de principios del siglo XVIII) y carpinteros (derecha, en una ilustración del siglo XIX).

Salvador comenzaba trabajando según las plantas y los planos inspirado en los patrones antiguos y diseños; luego, cortaba las frutas y maderas preciosas: peral, limonero, boj, madera de violeta… pétalo a pétalo, flor a flor, un ramo que, después de sombrear con arena y polvo de esmeril (de naturaleza metálica) caliente (según la intensidad requerida en la pieza), el ácido y los tintes, encajarán en los rizos realizados anteriormente. Y este panel de marquetería lo iban incrustando (pieza a pieza) nuestro maestro-ebanista para recubrir todo el mueble, que sabe, con sus manos diestras, dar la elegancia de las proporciones y formas por la curva de los volúmenes que caracterizan los muebles de gran estilo.

Después del lijado, el barnizador utilizará su conocimiento y sus manos expertas para realzar la calidez de sus maderas, protegerlas, darles, a través de múltiples pulidos, la sedosidad que dan ganas de acariciarlas. Los bronces, cuyo dorado y ligera pátina dan vida a las finas tallas, completan la obra para el deleite de la vista. Solo queda poner el sello “SPESQUERA” (calentado al rojo vivo) que certifica el origen de los muebles. La “Colección Salvador Pesquera Amaudrut” incluye miles de modelos. Su coherencia en la diversidad, les permite asociarse en una infinidad de totalidades armonizadas: comedores, salas de estar, dormitorios, oficinas, salas de estudios, salones de recepción y eventos sociales, recibidores o hall de entrada… Al mismo tiempo, cada uno de ellos puede realzar y personalizar por sí solo los muebles existentes.

Cada mueble de Salvador Pesquera sólo terminaba cuando estaba satisfecho del haber realizado una excelente labor: detallado, con paciencia, con arte, pues hay trabajos que llegan a tener más de mil piezas, algunas microscópicas, por lo que su elaboración es prácticamente una lucha contra la prisa, contra lo prefabricado.
Salvador demostraba así su tenacidad y determinación sorprendentes para quienes lo conocieron, aunque también lo erigieron como un ejemplo para quienes se mantuvieron a su lado en cada proceso creativo. Y es que, como se refirió antes, Salvador tuvo que preparar con gran ahínco a más de un asistente para que pudiera ayudarle con el volumen de trabajo sin que se descuidara el preciso cumplimiento de las exigencias demandadas, hasta convertirlos incluso en reconocidos maestros.

Asimismo, su hijo Jean-Claude abrazó el oficio, convirtiéndose en un prestigioso artista también. Es él quien refrenda lo dicho antes: “Hicimos una casa en las Lomas que tardamos tres años en el piso, fueron un millón doscientas mil piezas. Toda la entrada en madera maciza tallada, todo en tzalam, es una madera muy dura, es una madera tan pesada que se hunde en el agua; la recámara sí fue en caoba […] en esta otra me tardé un año, todo machimbrado, cada cuadro de 34 piezas”. Todo era sorprendentemente detallado.

Para esta cubierta de mesa, Salvador empleó el estilo Luis XVI y logró chapearla con madera de palisandro. Quienes se sentaban en torno a ella, observaban en su cubierta una decoración en marquetería de un florero con un ramo en el centro; debajo de este, algunas decoraciones de roleos y hojas con remates de dos mujeres brotando.
Para Salvador, la ebanistería de arte fue también un puente que conectaba con otras culturas del mundo, en esta mesa baja de marquetería, por ejemplo, la escena principal en su cubierta son dos guerreros chinos blandiendo sus sables (imagen izquierda). Cubierta de mesa baja lateral con chapa y marquetería, estilo transición, la cual presenta detalles florares finamente trabajados (imágen derecha).

En Muebles de Marquetería eran además conscientes de que la belleza de cada mueble lo convertirá en un objeto que trascenderá su tiempo y se revelará como un legado ante las siguientes generaciones. Por eso cada trabajo era impecable y de altísima calidad, respaldado además por una gran historia de este arte, acumulada a lo largo del tiempo, que llevaba impreso el sello de calidad de su creador. Eran, sin más, grandes obras de autor y muchos de los clientes, sorprendidos al verlos, así lo valoraban. Para muestra, aquellas palabras del conde d’Andre: “lo felicito, pero no me extraña dado la calidad artística de su trabajo”.

Para el señor Salvador Pesquera el tiempo le dio también la oportunidad de pulir cada uno de los estilos con los que trabajaba, ya fuera “el estilo Luis XIV, con su lujo, su absoluta simetría y dimensiones ostentosas; el Regencia, de mayor refinamiento e intimidad con finos ornamentos; el Luis XV, con la increíble mezcla de curvas fantasiosas; el Luis XVI, de líneas rectas y formas armoniosas; el Directorio, con la inspiración neoclásica de Pompeya y Herculano; el Imperio, con apariencia rígida, maciza y geométrica; el estilo inglés chippendale con una mezcla de arte chino, gótico y rococó; el estilo de Robert Adams neoclásico de ligera elegancia; el Hepplewhite, con sus respaldos curvos, que une elegancia y utilidad; el Sheraton, neoclasicismo con influencia francesa; el Reina Ana, de formas eclécticas y de contraste en los materiales; o el espejo Trumeau para colocarlo entre ventanas; el renacentista con clásicas formas griegas; el barroco italiano de decoración elaborada y recargada; el gótico, con sobrios pilares largos y delgados”.

Al paso de las décadas, el taller de Salvador resguardó decenas de estos ejemplares, más otros de estilo “español, portugués, provenzal, poblano, veneciano, colonial, moderno, chino… y tantos más”, los cuales reflejaban el arduo trabajo de una madera finamente tallada, de la marquetería, de la chapa, de la laca, del mármol o el fierro forjado, que lo mismo sirvieron para aleccionar a los empleados, que para expresar la pasión, destreza, maestría y conocimientos de muy alto nivel de don Salvador y luego de Jean-Claude ante algún cliente.

Por todo este dominio, además, la firma del taller Pesquera tuvo validez, como experto de objetos de arte, ante los tribunales europeos y estadounidenses, como en Nueva York, San Francisco, Berlín, París o Londres; y también en México como valuador de antigüedades para compañías de Seguros.
En la nación mexicana esta tarea como valuador reflejaba también la poca cultura que había en torno a las antigüedades, al igual que sobre los muebles que Salvador elaboraba. Sin embargo, fue acogido pronto con gran entusiasmo y así se mantuvo hasta el final de sus días, ya entrado el siglo XXI.

El conjunto parisino de Versalles, con sus espectaculares edificios, plazas y jardines, fue parte de los lugares en los que Salvador encontró un ambiente ideal para desarrollar su talento artístico y ampliar su vasto conocimiento.
En sus decoraciones, Salvador forjó cada pieza de metal u otro material, emulando a los grandes maestros de la ebanistería francesa, como Jean-François Oeben, el probable creador de este escritorio del rey elaborado con bronce y una mezcla de finas maderas (imagen izquierda), o Charles Cressent, uno de los máximos exponentes de la ebanistería barroca de finales del siglo XVII (imagen derecha).

Al respecto, Salvador comentó alguna vez en una entrevista, en el invierno de 1970: “En efecto, [el mueble de estilo] no se conoce [en México]. Hay muchos fabricantes de estilo, pero lo hacen copiando sin saber. Copian de buena fé pero sin saber distinguir la pureza de la línea, aún en las grandes tiendas de muebles”. Agregaba que esto se debe a que no hay quién enseñe a conocer el mueble de estilo en México, además de que es caro estudiar fuera del país.

Él mismo, o su familia, gastó muchísimo dinero en su preparación: “Cuando yo estuve en Francia, antes de la guerra, mis padres pagaron 25,000 francos que es mucho dinero, porque entonces un franco valía quince dólares”.
Por eso él, desde México, se convirtió también en el experto a seguir, a consultar. Alguna vez, por ejemplo, recibió una carta de El Salvador, a través del Banco Interamericano de Desarrollo, en donde le preguntaban si podían mandar con él al hijo del mayor fabricante de muebles de estilo de ese país para enseñarle en el taller de Popotla. Salvador lo aceptó, como también aceptó obreros de otros talleres de México para que aprendieran de tapicería. De hecho, la escuela también quiso invitarlo a compartir su arte: “Recuerdo que una vez el señor López Márquez, director de la Academia de San Carlos, me pidió que diera una cátedra en la Academia, pero como viví tanto tiempo en Francia, hablo muy mal el español y no tengo facilidad de palabra”.

Entusiasta, Salvador confió también en que en México su arte tenía un gran futuro, a pesar de las opiniones adversas, pues en las décadas de los sesenta y setenta los mexicanos interesados se decantaban más por el estilo antigüo que por lo moderno. Salvador contó una anécdota entonces: “Cuando llegué al país, recuerdo un famoso decorador que estaba de moda, se río de mí porque quería yo hacer mueble de estilo y Arturo Pani, que era muy amigo mío, me dijo que no iba a gustar. Pero ya tengo treinta años y sí ha gustado. La mayoría de los buenos talleres hacen mueble de estilo y lo venden las mejores tiendas”. Así, Salvador demostraba no solo sus prestigiosas credenciales, sino su visión empresarial en el ramo.

Históricamente, los grandes ebanistas han requerido amplísimos talleres para trabajar con piezas de grandes dimensiones, así como para instalar las máquinas adecuadas para desarrollar su arte. Salvador no fue la excepción, ni tampoco este personaje pintado al óleo por la artista danesa Bertha Wegmann en 1891.

Era consciente también que pese a ser un trabajo por el que se cobraban grandes sumas de dinero, no pasan de moda y mucho menos pierden su valor, como sí ocurre con los muebles modernos. “Los que hizo [el taller] Pesquera hace veinticinco años valen cinco veces o más de lo que se pagó entonces”, declaró en la referida entrevista.

Además, el valor del mueble no era nada más en lo económico, sino en su propia hechura que llegaba a ser reproducida por fábricas europeas o estadounidenses, las cuales hacía el talle a máquina, lo que propiciaba un descenso en los costos y por lo tanto que más gente pudiera adquirirlos. Desde luego la calidad de lo artesanal marcaba una abismal diferencia, pero también muchas más personas podían pagar el precio que estos muebles de máquina hechos a imagen y semejanza de los elaborados a mano.
Salvador tampoco copiaba, en buena medida gracias a lo que aprendió en el Louvre que al paso del tiempo enriqueció y perfeccionó. Además, sabía interpretar el trabajo de los ebanistas del siglo XVIII –como él comentó–, algo que en México todavía no se apreciaba hacia 1970 pero que a él le valió para después firmar sus muebles.

Entonces no dudaba que “dentro de cien años, [sus muebles] se venderán mucho más caros de lo que se venden ahora”, al igual que sus candiles, los cuales elaboraba bajo las reglas de esa misma centuria. Para él, la misma evolución de la arquitectura, de las formas de vivir, del decorado interior de los hogares, despertarían el interés de los mexicanos por el mueble de estilo. Además, “el mexicano viaja mucho, y cuando va a Europa se da cuenta de que el modo de vivir es más humano que aquí”.
Si bien Salvador tenía también una copiadora que podía “hacer maravillas”, su ética, categoría y rigor le eran suficientes para decantarse por lo hecho a mano. Así garantizaba la calidad ante sus clientes y refrendaba sus principios, los cuales permeaban también su taller.

Y con estos mismos principios y valores, asumía que la constante evolución de la arquitectura, la cual además recalaba directamente en la forma de vida al interior de los hogares, le demandaba adaptarse a nuevas necesidades y exigencias, superando en ocasiones el paradigma de que lo antiguo no puede congeniar con lo moderno. Así, sabía armonizar muy bien con los nuevos espacios. “Cuando se pone un mueble de estilo dentro de un conjunto moderno, es fabuloso porque a pesar de que los modernos sean muy bonitos, siempre destaca el de estilo”, dijo Salvador.

Cada mueble llegó a ser también un viaje al pasado, como es el caso de este semanario Luis XVI de siete cajones, con cubierta de mármol monflore, verde y gris jaspeado (imágen izquierda). Este mueble de apoyo de nogal, marquetería y mármol estilo Luis XV, de época, lleva también aplicaciones de bronce (imagen derecha).

En Muebles de Marquetería siempre se creyó que el obrero mexicano estaba preparado para afrontar las tareas encomendadas por Salvador. La mano de obra, entonces, a pesar de no tener experiencia en el ámbito artístico, podría llegar a desenvolverse de gran manera, siempre bajo la esmerada instrucción suya, y confiaba plenamente en ello.

“Dentro de diez años, un ebanista mexicano va a ganar el doble que un empleado bancario, y de eso estoy seguro”, declaró en 1970, justo en el tiempo en que ser trabajador de un banco era un empleo al que aspiraban millones de jóvenes mexicanos. Porque este ebanista local va a ser “capaz de hacer una silla Luis XV”, además de que tendrá a la mano los insumos necesarios: maderas, lacas, telas, técnicas, barnices… porque México ha prosperado mucho en ello. Solo faltaría la gente interesada en el oficio.
Así, el hombre, artista y genio que estudió para ser sacerdote jesuita contra su voluntad, porque su padre quería que fuera sacerdote, afortunadamente dejó esta escuela para comenzar a adentrarse en el mundo de las maderas desde muy joven y dedicarse tiempo después al arte de la ebanistería, creando, al paso de las décadas, un maravilloso legado tanto en mobiliario como humano, el cual dio sustento y calidad de vida a decenas de familias que dependieron de la producción de su sobrio atelier. Don Salvador nunca abandonó su labor ni las responsabilidades que implica el ser el gran líder de su empresa.

Salvador siempre abrazó y se prendó toda su vida de la prosperidad individual y colectiva. Por eso, un mueble en marquetería firmado con el sello “SPESQUERA” (Salvador Pesquera) es más que un simple mueble: es a la vez con gran encanto y poesía un homenaje al pasado y también un mueble para amar con una fuerte personalidad, particularmente adecuado para interiores de ayer, de hoy y de siempre. Heredero de una tradición varias veces centenaria, el maestro ebanista Salvador Pesquera Amaudrut revive en toda su autenticidad este oficio que se ha ganado el derecho a llamarse marquetería.

Muebles clásicos como el diván récamier, nombrado así a partir del cuadro que Jacques-Louis David realizó en 1800 a Juliette Récamier),
fueron también representativos de lo mejor del arte de Salvador.

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