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Salvador Pesquera

Por azares de la vida, Salvador Lázaro había nacido el 17 de diciembre de 1918 en el barrio de Mixcoac de la Ciudad de México, pero sólo vivió en ella hasta 1923, cuando su madre Marie Amaudrut Jacquard decidió volver a su pueblo natal Mailley, ubicado en el departamento Haute-Saône/Alto Saona, en el distrito de Vesoul, situado a cerca de 280 kilómetros de París.
El pequeño Salvador fue bautizado en la antigua parroquia franciscana del ex Convento de Santo Domingo de Guzmán. Luego vivió con su familia en el barrio de Tacubaya. En este lugar su madre, a pesar de hablar español a cuentagotas, entabló buenas amistades y abrió un restaurante de alta cocina francesa que, dado su talento, prosperó por algún tiempo en el que pudo sostener a su familia.

Sin embargo, la glamorosa vida que su esposo Salvador Pesquera Ortiz de Montellano procuraba llevar eran altos y los ingresos del restaurante no apoquinaban lo suficiente, así que en algún momento acabó, al igual que su matrimonio. Cuando se conocieron, ella era una bella francesa que trabajaba como chef en París y él un talentoso jugador de pelota vasca. Cautivada por el atleta y la promesa de una larga vida junto a él, viajaron a México con la intención de formar una familia.

Para el matrimonio Pesquera Amaudrut los aires de México parecían darles también buenos augurios. Marie, ahora Amaudrut de Pesquera, probablemente escribió en más de una ocasión sensibles misivas dirigidas a algún familiar, conocido o amiga en Francia comentándoles cómo la estaba pasando en México y también de su embarazo de nuestro protagonista durante todo 1918.
Para cuando Marie volvió a Francia con el pequeño Salvador, la cotidianeidad transcurría sin grandes sobresaltos y abrazó también sus vidas. Pronto consiguió trabajó como cuidadora del castillo privado de la marquesa del Fierro en París, una rica judía sefardita. Con ella retomó también su añeja actividad: cocinera de la refinada haute cuisine que, por sus características, le demandaba dar un servicio de la más alta calidad y exigencia.

Salvador Pesquera nació en México, pero a muy corta edad volvió a Francia donde adquiriría las bases de la ebanistería y las artes decorativas que,
a su vuelta a la nación mexicana, lo convertirían en uno de los mejores exponentes en ambos lados del Atlántico.

En cuanto al pequeño Salvador, hizo sus primeros estudios en la escuela de Mailley, continuándolos en un orfanato de Vesoul. Además trabajó juntando leña para los hogares del pueblo. Posiblemente su ingreso era mínimo, pero le enseñaba valores que lo acompañarían toda su vida, como la responsabilidad, la solidaridad, el apoyo irrestricto a la familia… Su madre, al estar trabajando en París, lo dejaba a cargo de unos parientes, la familia Tonnot.

En este periodo pudo darse también el momento en el que Salvador comenzó a familiarizarse con la madera. Después, cuando estaba a poco tiempo de cumplir 13 años de edad, ingresó el 1 de septiembre de 1931 al curso de carpintería que impartió el Institution Bordault de Vesoul, el cual concluyó en diciembre de 1932. Luego tomó cursos entre 1933 y 1934 en la Cámara Sindical de los Contratistas de Carpintería y Parqué de la Ciudad de París y del Departamento del Sena, obteniendo el segundo lugar.

Aún sin ser mayor de edad, dio el salto al mundo laboral, pues en 1934 es contratado como oficial de ebanistería con los maestros de Hauchercorne & Masseux Ebanisterie D’Art. Comenzaría en la reparación de muebles de arte de todo tipo y copia de antiguos, incluso participando en la restauración del mobiliario del Palacio de Versalles. Salvador, por entonces, se encontraba ya asentado en París, pues daba como domicilio la calle Henri Martin 22.

El despliegue artístico que Salvador imprimía en cada proceso de restauración, en cada creación, en cada diseño, en cada talla, muy pronto comenzarían a conferirle un nombre y un prestigio del que jamás se separó. En su estancia en Hauchercorne & Masseux Ebanisterie D’Art se familiarizó poco a poco con los más finos ejemplares de madera trabajada y cómo estos se comportaban en cada método de trabajo.

Salvador Pesquera Ortiz de Montellano, padre de Salvador Pesquera (imagen izquierda). Marie Amaudrut, madre de Salvador, residió en México durante los primeros años de vida de su pequeño hijo. Sin embargo, tras el fin de su matrimonio decidió volver a su natal Francia, donde encontró el entorno adecuado para criarlo Izquierda (imagen central). El ambiente tranquilo de Mailley, el pueblo natal de Marie, abrazó nuevamente su vida y también la del pequeño Salvador. Sin embargo, la víspera de la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente la conflagración, cambiaron para siempre su entorno (imagen derecha).

A mediados de la década de 1930 y con el irrestricto apoyo económico de su madre, Salvador entró a la Escuela del Museo del Louvre, donde alcanzó la categoría de jefe restaurador de los muebles de este recinto. Permaneció ahí alrededor de cuatro años, siendo parte de un selecto grupo de artistas dedicados en cuerpo y alma a la ebanistería y las artes decorativas. Salvador fue también parte de esa última generación de ebanistas del arte que egresó de esta institución a la que muy pocos en Francia y el mundo tenían acceso.

Al final de tan encomiable trayecto, Salvador presentó un duro examen final en el cual expuso su mayor y más ambicioso proyecto hasta entonces ideado, reafirmando su calidad artística que a la vez le auguraba un futuro inmejorable, el cual, al pasar el tiempo, pudo reafirmar gracias a su tesón, su constancia y el fino trato en las relaciones con sus clientes.

La evidencia de aquel examen de grado aún se preserva. Se trata de un espectacular biombo con una escena náutica repartida en cuatro hojas de 170 centímetros de altura más 60 centímetros de ancho y 2.5 centímetros de grueso cada una. La impresionante pieza fue elaborada enteramente en coromandel, una madera en extremo dura originaria de India, la cual tiene un duramen de color negro y un grano cerrado.

Sobre ella, Salvador destacó el mar de la bahía con un tono verde azuloso. El resto de la vista, en la que siete veleros navegan mientras se acercan a un pequeño embarcadero, presenta hoja de oro de 24 kilates bruñida. Finalmente, la parte trasera tiene laca china rojo óxido con terminación brillante y pulida.

Ubicado a la orilla del río Sena, en la capital francesa, en lo que fuera un inmenso palacio real erigido en el siglo XII, el Museo del Louvre exhibe en su interior lo más selecto del arte universal; por fuera, una magnífica vista que rememora aquella Francia de gran esplendor imperial. The Louvre, visto desde Pont Neuf, grabado de Auguste Louis Lepère (1890).
Las aulas de la Escuela del Louvre recibieron a la última generación de ebanistas de arte que egresaría del prestigioso recinto hacia el final de la década de 1930.
Salvador fue uno de los pocos artistas que no solo estudiaron en la Escuela del Louvre o conocieron las entrañas del prestigioso centro artístico y cultural sino que también pudo participar con su arte e ingenio en algunos trabajos.

La Segunda Guerra Mundial comenzó el 1 de septiembre de 1939 con la invasión alemana a Polonia. Salvador tuvo que ir a entrenarse al ejército francés en Perpiñán para ir al campo de batalla como parte de la prestigiosa Legión Extranjera, pues a pesar de haber residido más de una década entre Mailley y París, sus documentos indicaban que era mexicano por nacimiento.
Los legionarios eran además un cuerpo militar altamente entrenado –contaban con un adiestramiento que física y psicológicamente era muy duro e incluso estresante– y con más de un siglo de tradición para cuando Salvador se integró a sus filas.

Luego, en los siguientes meses, Alemania avanzó sobre Europa occidental y Francia fue dominada por las fuerzas militares nazis. En algún momento durante este avance, la Gestapo (élite del ejército germano) llegó por la fuerza rompiendo las puertas al castillo de la marquesa del Fierro e intentó decomisar las obras de arte ahí encontradas para llevárselas a territorio del Tercer Reich. Fue entonces que Salvador embaló todos los objetos de valor, como cuadros, muebles de época y otros objetos de arte que se encontraban en el palacio de la marquesa, tal vez con la ayuda de su madre Marie y otros empleados, con la intención de enviar lo que pudiera a Zúrich, Suiza.

Al llevarse dichas obras y piezas valiosas también intentaban enviar todos los documentos que demostraran la propiedad de éstas; y lo hacían las personas que pudieran quedar a cargo de ellas, para que en un momento dado pudiera testimoniar a favor de la propietaria real y verdadera; en este caso, la marquesa del Fierro. Salvador, además, perdió todos sus documentos relativos a su estancia en el Museo del Louvre durante la década de 1930.

Salvador tuvo que alinearse a las tropas francesas que confrontarían a las fuerzas enemigas en los albores de la Segunda Guerra Mundial.
Sería parte de uno de los regimientos de la Legión Extranjera, pues pese a vivir en Francia y ser ciudadano de ese país, había nacido en México.
A pesar de su natural entorno adverso, la guerra dejó también entrañables relaciones en Salvador, como la que mantuvo Bela Bosniakovich (imagen izquierda).
Las duras condiciones de la guerra tocaron profundamente a Salvador, quien a punto estuvo de perder la vida en el campo de batalla el 5 de junio de 1940. Después de casi un lustro de convivir con las fuerzas alemanas en propio territorio, el gobierno francés finalmente anunció la anhelada liberación. Suzanne, Salvador y miles de franceses pudieron renovar sus sueños por completo, ahora en un país en reconstrucción.

Y no se había cumplido aún el año de la conflagración cuando Salvador, entonces soldado de segunda clase, fue herido en combate el 5 de junio de 1940 durante la llamada Batalla de Francia, en la que Alemania, en un lapso de seis semanas aproximadamente, derrotó a las tropas aliadas y conquistó Francia, Bélgica, Luxemburgo y los Países Bajos. El ejército francés colapsó y su gobierno escapó.

Entonces, un grupo de funcionarios franceses se reunió con autoridades militares alemanas el 18 de junio, con la intención de negociar el fin de las hostilidades. Así, el 22 de junio ambos países firmaron un segundo armisticio en Compiègne. Salvador por su parte, posiblemente no se enteró en lo inmediato de esto porque estaba siendo atendido, pues la voladura le ocasionó numerosas lesiones en la columna, la pérdida de un pulmón y también la pérdida temporal de la vista.

Salvador siguió en recuperación por un tiempo más en el que también permaneció prisionero, aunque fue un preso libre. Esto porque, al ser mexicano, no lo detenían, pero tenía que ir todos los días a firmar. De no hacerlo, las tropas enemigas se irían contra Marie, su madre, que sí era francesa. Otro atenuante que lo marginó del campo de batalla una vez que se recuperara fue que, como era ya un herido de guerra, no podía seguir siendo soldado en activo, así que lo dieron de baja del ejército argumentando lesiones graves. La guerra terminó con él a salvo y saliendo por su propio pie del hospital para proseguir con su trabajo artístico.

Aunque recuperado pero con la misión de hacer ejercicios terapéuticos y de usar corsé (que no dejaría el resto de su vida), Salvador pudo regresar a la actividad que tanto amaba y en la que ya había dado sólidos pasos para ganarse un nombre: la ebanistería de arte y la decoración.

Aunque quizá no tenía la fuerza de antes de la guerra pero sí la pasión por su trabajo, en 1942 comienza su propia historia, ya como artista independiente, al abrir su taller en una de las zonas hoy considerada de las más exclusivas de la Ciudad Luz, para entonces todavía ocupada por los nazis. En este momento coyuntural en su vida, también seguiría visitando el Museo del Louvre y sus talleres de restauración de forma frecuente.

En 1942, Salvador inició su trayectoria independiente en el arte que tanto amaba. Fue así que abre su primer taller en el número 100 de la Avenue Kébler.

El número 100 de la Avenue Kébler, en el Distrito XVI parisino, fue el lugar donde Salvador comenzó a imprimir su propio sello a sus creaciones y restauraciones. “En virtud del artículo 36 de los reglamentos de 1751, cada Maestro Ebanista está obligado a tener un sello personal que se siguió usando hasta finales del reinado de Luis XV. A ese sello se le añadían tres letras J.C.E. que significa Jurado, Carpintero, Ebanista”, escribe André Velter et al. en su Livre de L’outil (1977: 122).

Ser un talentoso ebanista y especialista en artes decorativas era ser representante de un oficio con una enorme tradición acumulada a lo largo de varios siglos, en un país y un continente donde los palacios, castillos, palecetes y en general residencias de aristócratas se contaban por cientos y todos requerían un maestro para amueblar y decorar sus interiores con los metales, telas y maderas más sofisticados y costosos. Salvador lo entendía y hacía de manera magistral.

Entre varias de las importantes tareas que Salvador emprendió estuvo la restauración de un castillo para el duque de Orleans, su alteza real Enrique de Orleans, conde de París, heredero de la Corona de Francia, a quien conoció en 1939 en la Legión Extranjera francesa.
En este periodo también conoció al duque de Windsor, quien había llegado a residir a Francia, aunque las condiciones de ese primer contacto fueron difíciles, pues Salvador y Bela Bosniakovich, su compañero y amigo de armas de la Legión, encontraron al duque ebrio y tirado en la banqueta de una calle parisina. Lo recogieron, ayudaron y alimentaron, llevándolo a comer una rica sopa de cebolla al Pied de Cochon, donde el duque pudo reanimarse un poco.
Con el duque de Orleans, fue tal el éxito de esa primera encomienda que durante varios años Salvador pudo restaurar varias obras que eran propiedad de esta connotada familia, como las que hiciera al conde Joseph d’André, con quien además mantuvo correspondencia por muchos años. Queda el recuerdo, por ejemplo, de una misiva de junio de 1948 que el propio conde d´Andre respondió a Salvador, quien llevaba pocos meses en México:

“Estimado señor:/ Tengo el honor de acusar recepción de su carta del 18 de mayo de 1948 y agradezco de haberme dado noticias de usted, lo cual me provocó una gran alegría. Me da una gran alegría de que vaya bien y que tenga una situación estable, lo felicito, pero no me extraña dado la calidad artística de su trabajo. Como le envidio de vivir en un país agradable donde no hay impuestos. […] Aquí en Francia la vida es la misma que la que usted conoció hace algunos meses. Sin embargo, tenemos la esperanza que la situación mejore poco a poco. Deme de sus noticias de vez en cuando, me dará mucho gusto de saber de sus noticias ya que guardo un excelente recuerdo de nuestras muy buenas relaciones. Le deseo muy sinceramente buena suerte y le ruego acepte usted la expresión de mi mejor estima”.
La Plaza del Trocadero, en el distrito XVI de París, fue el lugar donde los jóvenes novios Suzanne y Salvador afianzaron su relación,
quizá desde entonces imaginando que duraría toda una vida.

Por otra parte, es probable que aquel hogar que registró en sus cursos de principios de la década de 1930, el 22 de la calle Henri Martin, ahora sí fuera suyo luego de haberlo comprado. Y tal vez el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial en Francia, hacia 1944, coincidió con el logro de cierta estabilidad para Salvador. En esos tiempos fue también cuando coincidió por vez primera con quien sería su compañera de vida: Suzanne. La conoció probablemente en 1942, en un momento en el que las cosas en París comenzaban a ponerse más difíciles con la invasión nazi.

El encuentro entre Salvador y Suzanne se dio probablemente en la histórica Plaza del Trocadero y del 11 de Noviembre, que conecta con varias importantes avenidas, entre ellas la Avenue Kébler, donde Salvador tenía su taller. Además, pertenecía al mismo distrito XVI, por lo que, para ambos, la zona formaba parte de su día a día.

La plaza del Trocadero, antes llamada place du Roi de Rome, desde donde se divisan unas afamadas perspectivas de la Torre Eiffel y del Palacio de Chaillot, fueron parte de esos primeros días de cortejo entre Suzanne y Salvador, en un ambiente que si bien no era el más deseable para aquellos jóvenes que intentan forjarse un porvenir en pareja, les demandaba lo mejor de sus temperamentos para soportar los inciertos días sin la libertad debido a la ocupación nazi.

Y así transcurrieron dos años más, hasta la anhelada liberación de París durante el caluroso verano de 1944. Las esperanzas de que sería posible un final seguramente inundaron los corazones de Salvador, Suzanne, Marie y muchos ciudadanos franceses más desde que la radio y la prensa de su nación informaron periódicamente sobre el Día D, como es llamado el desembarco de EUA en Normandía que comenzaba a fraguar el retroceso alemán en Europa.

Finalmente, después de más de cien días de lucha, la Ciudad de la Luz se preparaba para una histórica pero recrudecida semana que terminaría con su anhelada liberación. Salvador, su madre Marie y Suzanne, como todos los parisinos y ciudadanos de otros lugares que se encontraban ahí, vivieron ese emocionante momento de la entrada triunfante de las tropas aliadas encabezadas por cientos de soldados estadounidenses y de la resistencia francesa.

El 9 de marzo de 1946, Salvador de 28 años y Suzanne de 25 se casaron en una sencilla ceremonia en la Prefectura del Distrito XVI de París, a las 10:30 de la mañana. Casi dos años después abordarían el S.S. Washington con rumbo a la boyante Nueva York, para después subir al tren que los trasladaría a la Ciudad de México, adonde arribaron el 1 de abril siguiente, descendiendo en la vieja estación Buenavista del Ferrocarril Central Mexicano.

Salvador Lázaro Pesquera Amaudrut era entonces un joven de 29 años; Suzanne Barbé Lemenorel, una delgada chica de 26. Quizá, presentían que en esta nueva patria encontrarían el terreno fértil para desarrollar una vida familiar amorosa y productiva.

Suzanne y Salvador finalmente se casaron la mañana del 9 de marzo de 1946.
Desde entonces, las responsabilidades compartidas y la ilusión de tener y cuidar de una familia, fueron las máximas hasta el final de sus días.
Cargados de sueños por la ilusión de una nueva y próspera vida, el joven matrimonio se embarcó en el S.S. George Washington en su natal Francia con rumbo a México (imagen izquierda). Previo a su llegada a América, Suzanne y Salvador anclaron en Nueva York junto a cientos de migrantes, pues el Viejo Continente continuaba en reconstrucción después de la Segunda Guerra Mundial (imagen central).
La boyante estación de trenes Buenavista, al norte de la Ciudad de México (imagen derecha).
La cruz de Lorena, Memorial del General Charles de Gaulle

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