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Suzanne Barbé

Suzanne Marcelle Barbé Lemenorel, una esbelta mujer de tez blanca, cabello castaño claro y finas y elegantes facciones enmarcando sus vivaces ojos azules, había dado el “sí” en el registro civil parisino con la ilusión de formar una familia y sobre todo una vida al lado de su enamorado Salvador, quien había dedicado grandes empeños para convencerla de ello.

Además, al igual que él, había sorteado grandes dificultades en los años previos, tanto en lo personal como en lo familiar y social, así que la ilusión al inicio de su matrimonio conllevaba un profundo deseo de que las cosas fueran mucho mejores estando juntos, con dedicación, trabajo y sacrificio.

Suzanne era la primogénita del matrimonio entre Prosper Joseph Victor Barbé y Marie Pascaline Lemenorel. Había nacido el 25 de junio de 1921 en la localidad de Le Gast ubicada en Calvados, departamento creado a finales del siglo XVIII. La pequeña Suzanne vivió luego en Villedieu-Les-Poêles, localidad rural inscrita en la jurisdicción de La Mancha y que es reconocida, entre otras cosas, por ser en sus talleres de fundición de metal donde se fabricaron las campanas de la iglesia de Notre Dame de París.

Pero la tragedia no tardó en cernirse sobre las vidas de Suzanne y de su hermana menor, Cécile, cuando murió su padre a causa de la tuberculosis. El trabajo en el que su mentor laboraba, como escultor de altares y lápidas de mármol y granito en los cementerios de Normandía y otros camposantos, e incluso en la Basílica de Lisieux, lo tenía expuesto a torrenciales lluvias, entre otras inclemencias del tiempo, aunado a que en esos años la atención médica era escasa o estaba en crisis. Así, la muerte de su papá se sumaba a la de su madre, ocurrida cuando ella tenía ocho años.

Para cuando esto pasó, Suzanne tenía escasos quince años de edad y una vida cuyas fatídicas experiencias fortalecieron su alma y espíritu, a la vez que la orillaron a madurar mucho más rápido. Fue así también como la vida adulta comenzó más temprano, durante el tránsito de su pubertad a la adolescencia. Primero, tras la pérdida de su padre ella y Cécile llegaron con su tía Rivière, hermana de Prosper, intentando quedarse a vivir con ella.

De inmediato la tía vendió todos los bienes y enseres que pudo de su hermano y luego quiso enviarlas a un orfanato, pero Suzanne rogó que no la separaran de Cécile, a lo que la tía accedió, pero con la condición de que Suzanne consiguiera trabajo de inmediato mientras ella cuidaba a su hermana.

Suzanne Barbé nació el 25 de junio de 1921. Sus primeros años de vida transcurrieron en pequeños poblados rurales del norte de Francia, en la región de La Mancha.

Suzanne entró a trabajar en un almacén y tienda de telas donde las tareas eran diversas y pesadas: desde lavar pisos, fregándolos de rodillas, hasta colaborar en el ordenamiento de la mercancía, que solía ser pesada. Con el tiempo y gracias a su disposición, constancia y estricta disciplina fue ascendiendo, hasta convertirse en la encargada del lugar.

Al inicio de la Segunda Guerra Mundial (1939) una crítica peritonitis, un padecimiento que por lo general se presenta de súbito, la postró frente a la muerte a sus 18 años. En la tienda de telas no creyeron en ella cuando les anunció de su malestar, pero por fortuna tuvo la lucidez y la fortaleza para atenderse.

La estricta vida conventual en aquel norte francés hizo de la intervención quirúrgica de Suzanne un acto de sufrimiento que ella enfrentó con valentía. Y es que los médicos que la atendieron sólo le aplicaron abundante hielo en el estómago y le dieron un trapo a morder, ya que no habría anestesia. Así fue como, una vez más, Suzanne pudo considerarse una sobreviviente. Sin duda que el sufrimiento, hasta entonces vivido en incontables experiencias de vida, seguían haciendo de Suzanne una mujer cada vez más fuerte.

Tras recuperarse y al cabo de un tiempo, quizá también cansada de las condiciones en las que vivía desde su llegada, como el dormir en un cuartito de servicio de tres por tres o ingerir alimentos de mala calidad, al punto de preferir comer las sobras que le daban en un restaurante contiguo, Suzanne decidió viajar a París, donde logró emplearse en una de las propiedades de la acaudalada familia Taittinger, con la cual permaneció hasta fines de la década de los cuarenta.

Esta familia es conocida en el mundo por poseer el castillo de la Marquetterie, una pequeña joya arquitectónica situada en el corazón de la Champagne vitícola de la región del Gran Este de Francia, donde comenzó a producirse una de las champañas más finas del mundo hasta hoy vigente. Para Suzanne, este nuevo empleo como ama de llaves trastocaría su vida para siempre, pues estar con ellos le significó prósperos años llenos de aprendizaje, buenas relaciones y crecimiento, sobre todo iniciándose en la haute cuisine.

Los vientos fríos del norte de Francia, así como sus rocosas playas, fueron el ambiente y clima que permearon la infancia de las hermanas Suzanne y Cecile Barbé Lemenorel. Sería este mismo clima el que también trajo complicaciones a la salud de su padre, quien finalmente murió, dejándolas huérfanas a edades tempranas.
La localidad de Villedieu-Les-Poêles, donde Suzanne pasó sus primeros años de vida, es reconocida por ser el lugar donde se fabricaron las campanas de la iglesia de Notre Dame de París (imagen izquierda). La primogénita Suzanne junto a sus padres, Prosper Joseph Victor Barbé y Marie Pascaline Lemenorel (imagen derecha).

Ser ama de llaves, además, era un cargo de prestigio dentro del esquema laboral doméstico requerido por la aristocracia. Palacios, castillos, palacetes, mansiones y otros recintos del tipo encontraban en ella a una empleada de confianza que llegaba a ocupar el título de señora de la casa ante la ausencia de sus patrones, sin importar el tiempo que demoraran en volver. A su cargo solían quedar un grupo numeroso de empleados que lo mismo recibían sanciones que incentivos de parte suya.

Entre sus funciones, solían estar la administración, el gobierno económico y la supervisión de las hoy llamadas empleadas domésticas, jardineros, chóferes, cocineros, institutrices, entre otros. Por todo ello, solía ser la única persona que se mantenía a disposición de los patrones a toda hora dentro de la residencia; también era quien estaba más cerca de su intimidad.

No era fácil alcanzar el rango de ama de llaves; incluso las aspirantes, por lo general jóvenes, comenzaban como doncellas y pasaban por años de riguroso adiestramiento dentro de un esquema jerarquizado y ante el cual se pensaría que tardarían bastantes años en alcanzar la cima.

Para ascender, no bastaba con que supieran limpiar o sacudir el polvo de forma excelente; debían cultivar sus modales, leer y tener convicciones morales tan firmes como las de sus patrones. Asimismo, la fidelidad debía se una de sus mayores y más importantes virtudes, pues trabajarían muy cerca de los dueños, de quienes imitaban su escala de valores, comportamiento en la vida y temperamento ante situaciones que exigían las más estrictas actitudes diplomáticas.

Desde su llegada, Suzanne supo y pudo ganarse la confianza de los Taittinger, que la eligieron para desempeñar tan importante cargo. A la distancia, es posible imaginar la titánica tarea que debía cumplir Suzanne, así como las notables experencias adquiridas que años después pondría en práctica en su segunda patria, México.

Desde que comenzaba el día, Suzanne seguramente informaba a los Taittinger sobre la jornada y cómo sería organizada; si en la casa habría invitados, quizá se reunía con la patrona y con la cocinera para definir el menú y el protocolo del servicio. Si habría huéspedes que pasarían una noche o todo el fin de semana en la propiedad, supervisaba que las doncellas acondicionaran perfectamente las camas, y les abría los clósets para entregarles el número exacto de almohadas, sábanas o toallas.

Este fino y arduo trabajo que por lo general le consumían muchas horas durante toda la semana, Suzanne lo afrontó con gran esfuerzo y tenacidad. Por ello le rindió los frutos necesarios para que tuviera algo de estabilidad económica y, derivado de ello, la oportunidad de rentar un cuarto en el 100 de avenue Kléber, donde su futuro esposo, Salvador Pesquera, tendría su taller. Su alma, corazón a prueba de todo y aura especial seguramente no pasaron desapercibidos para el sensible artista que era Salvador.

Meses después de arribar a la Ciudad de México, Suzanne y Salvador dieron la bienvenida a la familia a su hijo mayor Daniel. Poco tiempo después nacería Jean Claude.

Después del fin de la guerra en 1945, las decisiones de vida que perfilarían a Suzanne y Salvador como una pareja que consolidaría su historia juntos, formando además una familia, comenzaron a materializarse. También es probable que Suzanne se sintiera respaldada y cobijada por Salvador cada vez que regresaba de sus extenuantes jornadas al servicio de los Taittinger.

Por su parte, ella atestiguó cómo Salvador trataba a sus clientes, cómo deslizaba sus manos sobre las finas maderas y telas; cómo maniobraba hábilmente con su herramienta hasta generar los acabados de una nueva creación o restaurar algún magnífico ejemplar de otro siglo, del que con certeza escuchó cautivada la historia que Salvador pudo contarle, como cuando reparó el marco de La Gioconda de Leonardo da Vinci o algunos ejemplares de L’Hermitage, el colosal recinto ruso. De igual forma, quizá opinó sobre las plantas que su amado dibujaba, pues a partir del 1 de marzo de 1946, cuando se casaron, la jornada de cada día pudo ser más larga y lo compartido mucho más entrañable.

Por eso es también probable que contribuyera con su apoyo y compañía para Salvador cuando él tramitó su naturalización, la cual obtuvo el 30 de agosto de 1947, a razón de haber combatido en la guerra, según consta en el Diario Oficial de la República Francesa, que a la letra exponía: “El presidente del Consejo de Ministros, relativa al informe de la salud pública y la población. Artículo 1. Son franceses por aplicación del artículo 60 y 62 de la nación francesa: Leyes y Decretos, 7 de septiembre de 1947. Año setenta y nueve – Nº 211: 4 francos/ Pág. 8943: “Pesquera (Salvador Lázaro) ebanista nació el 17 diciembre 1918 en Mixcoac (México), con domicilio en París./ Decreto de Naturalización y Reintegración desde el 30 de agosto de 1947/ (esp. N.º 11476X46)”.

Suzanne debió también abrazarlo cuando no pudo obtener su pensión militar, pese a haber sido herido de guerra con múltiples fracturas en la columna y pérdida de un pulmón como miembro de la Legión Extranjera que participaron en las escaramuzas de 1940.

Hacia el final de su trayectoria profesional al frente de Muebles de Marquetería, tanto Salvador como Suzanne comenzaron a viajar con más frecuencia,
algunas veces acompañados de su nieto Michel.
Suzanne Barbé acompañada de su nieto Michel, al pie de la Torre Eiffel, en París (imagen izquierda). Daniel y Jean Claude crecieron bajo las costumbres francomexicanas que desarrollaron sus padres (imagen central). Marie Amaudrut, madre de Salvador, llegó a vivir a la Ciudad de México para pasar los últimos años de su vida cerca de su él, de Suzanne y de sus nietos (imagen derecha).

Por esto y más, fue desde esos primeros años juntos la compañera perfecta, poseedora, como él, de grandes cualidades: seriedad, tenacidad, organización, fidelidad, honestidad, con una muy alta calidad humana, compartiendo con entereza y humildad, siendo una gran dama incluso en los más crudos e intempestivos momentos.

Los primeros meses de 1948 fueron el tiempo para afinar los últimos detalles de su aventura a suelo mexicano, un mundo que para ambos era desconocido pero que habían elegido como el destino en el que pasarían el resto de sus vidas. Ninguno sabía si estarían a salvo o si sería un comienzo estable o trastabillante; tampoco hablaban el idioma, y si acaso algo de este conocían, difícilmente les alcanzaba para sostener una conversación. Tampoco tenían un capital abultado.

Una vez a bordo del camarote B-28 del S.S. Washington, Suzanne y Salvador echaron una última mirada a la costa europea antes de partir con rumbo a Nueva York, para de ahí viajar a la capital de México. De inmediato se instalaron en una casa de huéspedes de la colonia Anzures, en la calle de Víctor Hugo. Salvador empezó a trabajar a las ocho de la mañana de ese mismo día. Había traído su caja de herramientas, sus manos y su talento.

Suzanne quizá sabía también que su experiencia le serviría para contribuir a ese primer contacto de los suyos en este nuevo andar. Salvador era un gran hombre, excepcional, de gran genio y muy activo y que, a pesar de no dominar el español, consiguió un trabajo, quizá de ebanista y carpintero, para empezar a mantener a su joven familia.
En algún momento Suzanne tuvo que convencer a Salvador de no renunciar a los sueños compartidos, pues en algún momento le propuso a ella que regresaran. Quizá se abrumó cuando se percató que el dinero que ganaban los ebanistas en México era muy diferente a lo que recibían en Europa. Suzanne, vehemente y decidida como siempre fue, lo persuadió de quedarse.

Suzanne y Salvador permanecieron juntos por más de seis décadas, demostrándose siempre su gran afecto y apoyo irrestricto.

Dos meses después, el 8 de mayo y mientras seguían viviendo en Víctor Hugo, nació Daniel Salvador Théophile, su primer hijo. Al año siguiente, el 22 de agosto, nació el segundo y último hijo: Jean Claude. En este momento su domicilio estaba ya en Río Po 81, en la actual colonia Cuauhtémoc.

Poco a poco comenzaron a tratar con la alta sociedad. Él, con su toque de diplomático francés; ella, con su trato sofisticado perfeccionado durante sus años como ama de llaves de los Taittinger. Pese al incierto comienzo en México, pronto entrañaron la convicción de meterse poco a poco en la sociedad, tratar de vender sus productos, que gustaran, desarrollando además una tendencia entre las familias adineradas de la capital mexicana.

Poco a poco fueron adquiriendo algunas máquinas y contratando personal que apoyara el trabajo. Finalmente, con su carisma y buen trato, se convirtieron también en grandes vendedores, aunque también en buenos vecinos, queridos por la comunidad mexicana y por la colonia francesa que ya había fincado sólidas raíces.
Cerca de Río Po, a una cuadra, vivía la afamada pintora de origen español Remedios Varo, quien en esa época no tenía trabajo ni qué comer. Entonces siempre iba a casa de Suzanne y Salvador, quienes la apoyaron incondicionalmente. A pesar de que era ya la segunda estancia de Varo en nuestro país, las cosas no mejoraban ni en lo económico ni en lo profesional.

Salvador, para ayudarla, le dijo que pintara unas cómodas que a la fecha se conservan. Y refrendando también lo dicho en la carta de identidad en México de Salvador, emitida el 25 de junio de 1951, “en la calle Po” tenía su taller y estaba trabajando con clientes del más alto nivel, como el propio mandatario del país Miguel Alemán Valdés, ante quienes Suzanne ya desplegaba su fina cordialidad como anfitriona.
En la década de los cincuenta, Suzanne y Salvador se trasladaron al pueblo de Popotla, cerca de la actual avenida Cuitláhuac, compraron la casa de Mar Mediterráneo 146 a crédito e instalaron el taller en el mismo domicilio: “Muebles de Marquetería S. A. expertos en muebles antiguos”. Comenzaban un nuevo capítulo de su gran historia.

Las comidas familiares, incluso las del día a día, solían reunir a la familia Pesquera Barbe para degustar los exquisitos alimentos preparados por madame Suzanne.

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